viernes, 26 de septiembre de 2014

                                       
               

Un día cualquiera en un hogar de ancianos nos pone de cara al paso del tiempo y a personas que están más cerca del final de sus vidas que del principio.

Esto no significa que los abuelos ya no tengan nada para ofrecer, sin embargo, por lo general, son excepcionales los hogares en los que se sienten valorados y útiles todavía.

Si se respetara el significado de la palabra hogar, que  es utilizado comúnmente para referirse al lugar donde viven, y que está relacionado con una sensación de pertenencia, un geriátrico debería tener esas características para darles la misma familiaridad y recrear el ambiente parecido al  que supieron alguna vez ocupar.

Alcanza con ir un rato a alguno de estos “hogares” y observar cómo están viviendo los ancianos. Podemos encontrar a varios de ellos frente a un televisor sintonizado en cualquier canal de noticias y con un volumen alto, sin tener en cuenta que muchos de los abuelos apenas lo distinguen, y a otros escuchando la radio o dormitando en su silla de ruedas.

Tal vez un llamado telefónico o la visita de un familiar puede llegar a romper esa rutina pero al rato todo vuelve a ser como antes. Solitario, aunque haya más personas. Silencioso, aunque haya ruido.

Soportan muchas veces la falta de paciencia de quienes los atienden sin el más mínimo de los respetos. Están tristes, angustiados, tal vez no vean la hora de morir, sin darse cuenta que parecería como si ya lo estuvieran…

Pero, ¿qué pasaría si se les interrumpiera de su letargo, se les acariciara la mejilla, y se les dijera palabras de consuelo? ¿Y si se les diera un abrazo? ¿Si no se los tratara como a cosas y se les regresara su dignidad reactivando sus capacidades? ¿Qué sucedería si se los despertara del inverno de sus vidas y se los regresara a la primavera?

No sería necesaria una gran inversión económica, simplemente alcanzaría con dedicarles un poco de tiempo como el que, a muchos de nosotros, nos regalaban nuestros abuelos cuando éramos chicos. Música, juegos, lecturas o escuchar por centésima vez la historia de sus vidas son algunas de las cosas que ayudarían a devolverles las ganas de vivir.

Seguramente les reaparecería el brillo en sus ojos, el color en sus mejillas, las sonrisas transformarían sus rostros. Y ese lugar donde viven, que muchas veces es oscuro, aburrido y triste, podría comenzar a ser algo más parecido a un hogar acogedor.

Valdría la pena intentarlo por ellos, para que puedan cerrar el ciclo de sus vidas, sin miedos, sin apuros, esperando el día y la hora en que ya no estén acá, entre nosotros. Como parte de la sociedad tenemos que acompañar a los ancianos en esa etapa del camino, y nos sorprenderíamos gratamente de cuanto tienen todavía para dar.


                                                       http://www.papelnonos.com/


viernes, 19 de septiembre de 2014

jueves, 11 de septiembre de 2014

A propósito del texto "La explosión del periodismo" de Ignacio Ramonet - Cap 1: Una crisis de identidad

De la catástrofe que propone el autor a la reflexión constructiva


  • Primero plantea que en la nueva sociedad de redes cada persona es un periodista "en potencia", y que no solo no es inferior a un periodista profesional sino que además compite por la supremacía. Esto es irrelevante ya que al haber un mercado cada vez mayor para la expresión y la opinión no es competencia laboral quien no sea periodista profesional.