Un
día cualquiera en un hogar de ancianos nos pone de cara al paso del tiempo y a
personas que están más cerca del final de sus vidas que del principio.
Esto
no significa que los abuelos ya no tengan nada para ofrecer, sin embargo, por
lo general, son excepcionales los hogares en los que se sienten valorados y
útiles todavía.
Si
se respetara el significado de la palabra hogar, que es utilizado comúnmente para referirse al
lugar donde viven, y que está relacionado con una sensación de pertenencia, un
geriátrico debería tener esas características para darles la misma familiaridad
y recrear el ambiente parecido al que
supieron alguna vez ocupar.
Alcanza
con ir un rato a alguno de estos “hogares” y observar cómo están viviendo los
ancianos. Podemos encontrar a varios de ellos frente a un televisor sintonizado
en cualquier canal de noticias y con un volumen alto, sin tener en cuenta que
muchos de los abuelos apenas lo distinguen, y a otros escuchando la radio o
dormitando en su silla de ruedas.
Tal
vez un llamado telefónico o la visita de un familiar puede llegar a romper esa
rutina pero al rato todo vuelve a ser como antes. Solitario, aunque haya más
personas. Silencioso, aunque haya ruido.
Soportan
muchas veces la falta de paciencia de quienes los atienden sin el más mínimo de
los respetos. Están tristes, angustiados, tal vez no vean la hora de morir, sin
darse cuenta que parecería como si ya lo estuvieran…
Pero,
¿qué pasaría si se les interrumpiera de su letargo, se les acariciara la
mejilla, y se les dijera palabras de consuelo? ¿Y si se les diera un abrazo? ¿Si
no se los tratara como a cosas y se les regresara su dignidad
reactivando sus capacidades? ¿Qué sucedería si se los despertara del inverno de
sus vidas y se los regresara a la primavera?
No
sería necesaria una gran inversión económica, simplemente alcanzaría con
dedicarles un poco de tiempo como el que, a muchos de nosotros, nos regalaban nuestros
abuelos cuando éramos chicos. Música, juegos, lecturas o escuchar por centésima
vez la historia de sus vidas son algunas de las cosas que ayudarían a devolverles
las ganas de vivir.
Seguramente
les reaparecería el brillo en sus ojos, el color en sus mejillas, las sonrisas
transformarían sus rostros. Y ese lugar donde viven, que muchas veces es
oscuro, aburrido y triste, podría comenzar a ser algo más parecido a un hogar acogedor.
Valdría
la pena intentarlo por ellos, para que puedan cerrar el ciclo de sus vidas, sin
miedos, sin apuros, esperando el día y la hora en que ya no estén acá, entre
nosotros. Como parte de la sociedad tenemos que acompañar a los ancianos en esa
etapa del camino, y nos sorprenderíamos gratamente de cuanto tienen todavía
para dar.